LAMBRUSCO II.
Tiresias retrocedió a miope,
buscando entre la sedosa carne de
sus discípulos
algún pequeño reguero de la
Castalia fuente,
y me sentí desnudo,
oculté a estos pequeños
embriones, estos
nasciturus engendrados por la
violadora fuerza centrífuga que
me posee.
¡Oh, clarividencia!
¡Cómo supiste ver cuándo
jugaríamos a poetas, cuándo,
retirado de Amor el manto,
lloraríamos por lo que se ha perdido
y por lo que se puede volver
a recobrar!
¿Quién lamerá estas lágrimas
del color de la Aurora?
¿Por qué buscar, en el mismo
sueño, otro fantasma,
constituido de una espuma
que burbujea al llevarla a
mis labios pero cuyo
regusto pronto olvido?
Consumiré mi último bastón
de incienso tibetano;
consumiré este vidrio,
reciclando una esperanza
que no se consume,
que flota como el corcho
despedido que libera el humo
de mis recuerdos.
Volverán, volverán
estas partículas del barro
que se adhiere a tu cuerpo
cual si estuvieras recién
modelado.
Toma,
trincha mi corazón,
sácalo del brasero y abrásalo
en otro,
doquiera que estés,
riégalo con otros odres
y devuélveme el resto.
Fortuna, los trucos que nos
enseñas pueden regresar
a la misma piedra
y tropezar.
¡A tu salud!
25/4/10